viernes, 31 de agosto de 2018


JOSÉ RUIZ ROSAS: LA SOLA POESÍA

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José Ruiz Rosas (1928-2018) nació en Lima pero radicó en Arequipa casi toda su vida. Aquí contrajo matrimonio con Teresa Cateriano y aquí nacieron sus hijos y escribió su obra poética que a todas luces quedará como una senda a seguir por las futuras generaciones de poetas.

JUAN YUFRA


De José Ruiz Rosas se tiene una serie de historias, leyendas, testimonios… que arrancan sonrisas o conmueven por su postura inquebrantable de ser un poeta hasta los huesos, y parte de ese registro oral, como es de suponer, se pasó de generación a generación. A la mía, que tomó la posta, le tocó coincidir con Don Pepe en su etapa ya madura. Tuve fortuna de verlo caminar por las calles de la ciudad de Arequipa, acompañado de su barba, de su bastón, de su paso que legitimaba la vida y que nosotros, los jóvenes de entonces, seguíamos con la mirada quieta. En cada presentación de libro, o en las palabras que ofrecía a los que empezábamos en ese territorio de la creación poética, solo podíamos hallar el encanto de un saludo o el ánimo a continuar en esta labor solitaria.
Llegó a Arequipa en 1949. Su libro “Sonetaje” (1951) y “Esa noche vacía· (1967) fueron las primeras muestras de su proceso creador. Paralelamente a su trabajo en la Librería “Trilce” y como Director de la Biblioteca Municipal su discurso lírico fue evolucionando a una poética singular donde se encuentra la tradición y la modernidad de la poesía peruana. En un segundo periodo encontramos “La sola palabra” (1976) y Elogio de la danza (1980), textos que evidencian la densidad de su representación simbólica así como el rescate de las formas clásicas que constituirían un acercamiento a los discursos neobarrocos de la literatura hispanoamericana.
En la calle Mercaderes, por Santa Catalina, en los claustros de San Agustín… en la mañana o por la noche se le podía ver a ese poeta que tenía toda la facha de serlo. Había publicado una cantidad increíble de poemarios y había presentado otra cantidad ajena. Sus libros eran de corte artesanal, bajo un sello que decía mucho “La Campana Catalina” y no decía nada, pues la poesía iba en esos planes de no querer decirnos algo. El título que eligió era el de una obra de Martín Adán, poeta al que admiraba tanto como a Antonio Machado. Conocía cada recodo de las fuentes líricas en lengua castellana y poseía una biblioteca admirable que pocos tuvieron el éxito de sobrevivir a la tentación que provocan los libros allí depositados.
Hay tristeza, desde luego. Pero también se asoma la gravedad de su voz, las enseñanzas y el diálogo que podías cruzar con él cada vez que te encontrabas con su figura, y, sobre todo, con su poesía. La noticia de su muerte actualiza una vez más la expresión de que “un poeta nunca muere”. Frase encantadora y que guarda un hálito de resistencia ante ese recorrido tangible que se hace por el mundo. Sin embargo, no son solo palabras que se dicen sino que sus textos tuvieron una continuidad en el imaginario de nuestra ciudad; calidad que, además, llega a recopilarse en tres volúmenes de gran factura. En 1990 la UNSA edita “Poesía reunida”, el Gobierno Regional de Arequipa hará lo propio –Obra Poética– por el año 2009 y el trabajo más reciente apareció este año en España bajo el título “Inventario permanente”. Es decir, aquella trascendencia que ha sido una discusión ontológica en muchos escenarios se reafirma, para este caso, en el legado de su lenguaje.
INVENTARIO PERMANTENTE
Este año 2018 se editó en España bajo el sello “Huerga & Fierro editores” la obra “Inventario Permanente / Poesía esencial” de José Ruiz Rosas. El texto trae un estudio preliminar de Jorge Nájar y el cuidado de la edición recayó en la novelista Teresa Ruiz Rosas, hija de don Pepe. El volumen bordea las casi 540 páginas, y supera las ediciones realizadas anteriormente en el Perú. El contenido se encuentra organizado desde una perspectiva temática sin obviar el sentido cronológico de los poemarios escritos por el poeta José Ruiz Rosas.
A lo largo de las páginas observamos los intentos por recrear las experiencias, los acontecimientos más simples y aquellas vicisitudes que repercuten en la subjetividad de cada individuo; hallamos la metamorfosis del mundo moderno y cómo sus vestigios ahondan la tragedia de la existencia al margen de la belleza, los cuales son simbolizados con maestría para  reinsertarlos en el imaginario de todos nosotros como alegorías del fin de una época. Encontramos poesía y muerte, dos dimensiones de la creación y, a su vez,  discursos antagónicos que hallan una singular complementariedad en el lenguaje poético y, paradójicamente, la inquietud por edificar una celebración de la vida desde la lógica de la poesía.
ELOGIO DE LA POESÍA
En una entrevista que hice el año 2001, Ruiz Rosas decía que “Un mismo poema es diferente para los diferentes lectores, depende del entusiasmo o pesimismo, los temas son los mismos. Los temas míos no cambian mucho”, lo cual se conecta con la idea de Oswaldo Chanove cuando indicó que los temas  de don Pepe “son los temas de la poesía”. Es cierto, desde la instalación de la muerte, de lo imposible, de la cotidianidad en los espacios de la literatura, el discurso poético no se ha detenido ni ha sucumbido al trastocar las fuentes de su propio sistema.
Ruiz Rosas ha generado una poética de alternativas concretas, asociado al movimiento de sus metáforas y a la profundidad de sus reflexiones que socavan la contemporaneidad. Surgiendo, inmediatamente, la paradoja de una existencia que registra cada suceso, cada elemento. Quizá uno de los textos más conmovedores sea aquel que empieza así: Hay un montón de cosas, / los semáforos, los hongos, / la mitad, los acuarios / el adentro de los humildes corazones, / el eslabón, el horizonte, las grietas / y todo aquello / heroicamente ubicado para siempre. / Repito, hay / un montón de cosas que se nos clavan lentamente.
En el breve texto anterior, el poeta configura al individuo moderno que está sometido a una condición de inmovilidad, dentro de un espacio normalizado por la aceptación cabal de la realidad; sin embargo, desliza la estrategia de subvertir todo mediante la mirada. La subjetividad que se elabora busca contener el mundo y a su vez liberarlo de su materialidad. Si bien la tesitura de sus imágenes lleva al lector por un proceso de interpretación paralela pues conecta al hombre con su entorno cultural, el lenguaje creado anuncia un registro donde significado y objeto no eluden la representación de una atmósfera que armoniza y sujeta al “Yo poético” a la esfera de los sentidos.
Jorge Nájar señala que Ruiz Rosas escribe “para proteger la vida”. Es cierto, existe una cotidianidad singular que se edifica desde la poesía; es, obviamente, lo cotidiano de la vida que se “resemantiza” o simboliza para otorgarle un revestimiento diferente y pueda la vida ser menos incierta, menos sombría, con mayor sentido y más soportable.
ADIÓS DON PEPE
Luego de  su incorporación a la Academia Peruana de la Lengua en el 2008 y a la presentación de su “Obra Poética” (1949-2009) sus apariciones en la ciudad de Arequipa fueron escasas. Volvió a Lima. Razones de salud lo trajeron aquí y las mismas razones lo hicieron volver. La tierra que lo cobijó, el lugar donde su poesía construyó una tradición aparte, y la calle Villalba lo esperan. Hasta siempre.

Versión completa en diario El Pueblo 30-08-18 (Arequipa-Perú)
Créditos de imagen: Caricatura realizada por Luis Palao. Fuente:

miércoles, 29 de abril de 2015

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