JOSÉ RUIZ ROSAS: LA SOLA POESÍA
José Ruiz Rosas (1928-2018) nació
en Lima pero radicó en Arequipa casi toda su vida. Aquí contrajo matrimonio con
Teresa Cateriano y aquí nacieron sus hijos y escribió su obra poética que a
todas luces quedará como una senda a seguir por las futuras generaciones de
poetas.
JUAN YUFRA
De José Ruiz Rosas se tiene una
serie de historias, leyendas, testimonios… que arrancan sonrisas o conmueven
por su postura inquebrantable de ser un poeta hasta los huesos, y parte de ese
registro oral, como es de suponer, se pasó de generación a generación. A la
mía, que tomó la posta, le tocó coincidir con Don Pepe en su etapa ya madura.
Tuve fortuna de verlo caminar por las calles de la ciudad de Arequipa,
acompañado de su barba, de su bastón, de su paso que legitimaba la vida y que
nosotros, los jóvenes de entonces, seguíamos con la mirada quieta. En cada
presentación de libro, o en las palabras que ofrecía a los que empezábamos en
ese territorio de la creación poética, solo podíamos hallar el encanto de un
saludo o el ánimo a continuar en esta labor solitaria.
Llegó a Arequipa en 1949. Su libro
“Sonetaje” (1951) y “Esa noche vacía· (1967) fueron las primeras muestras de su
proceso creador. Paralelamente a su trabajo en la Librería “Trilce” y como
Director de la Biblioteca Municipal su discurso lírico fue evolucionando a una
poética singular donde se encuentra la tradición y la modernidad de la poesía
peruana. En un segundo periodo encontramos “La sola palabra” (1976) y Elogio de
la danza (1980), textos que evidencian la densidad de su representación
simbólica así como el rescate de las formas clásicas que constituirían un
acercamiento a los discursos neobarrocos de la literatura hispanoamericana.
En la calle Mercaderes, por Santa
Catalina, en los claustros de San Agustín… en la mañana o por la noche se le
podía ver a ese poeta que tenía toda la facha de serlo. Había publicado una
cantidad increíble de poemarios y había presentado otra cantidad ajena. Sus
libros eran de corte artesanal, bajo un sello que decía mucho “La Campana
Catalina” y no decía nada, pues la poesía iba en esos planes de no querer decirnos
algo. El título que eligió era el de una obra de Martín Adán, poeta al que
admiraba tanto como a Antonio Machado. Conocía cada recodo de las fuentes
líricas en lengua castellana y poseía una biblioteca admirable que pocos
tuvieron el éxito de sobrevivir a la tentación que provocan los libros allí
depositados.
Hay tristeza, desde luego. Pero
también se asoma la gravedad de su voz, las enseñanzas y el diálogo que podías
cruzar con él cada vez que te encontrabas con su figura, y, sobre todo, con su
poesía. La noticia de su muerte actualiza una vez más la expresión de que “un
poeta nunca muere”. Frase encantadora y que guarda un hálito de resistencia
ante ese recorrido tangible que se hace por el mundo. Sin embargo, no son solo
palabras que se dicen sino que sus textos tuvieron una continuidad en el
imaginario de nuestra ciudad; calidad que, además, llega a recopilarse en tres
volúmenes de gran factura. En 1990 la UNSA edita “Poesía reunida”, el Gobierno
Regional de Arequipa hará lo propio –Obra Poética– por el año 2009 y el trabajo
más reciente apareció este año en España bajo el título “Inventario
permanente”. Es decir, aquella trascendencia que ha sido una discusión
ontológica en muchos escenarios se reafirma, para este caso, en el legado de su
lenguaje.
INVENTARIO PERMANTENTE
Este año 2018 se editó en España
bajo el sello “Huerga & Fierro editores” la obra “Inventario Permanente /
Poesía esencial” de José Ruiz Rosas. El texto trae un estudio preliminar de
Jorge Nájar y el cuidado de la edición recayó en la novelista Teresa Ruiz
Rosas, hija de don Pepe. El volumen bordea las casi 540 páginas, y supera las
ediciones realizadas anteriormente en el Perú. El contenido se encuentra
organizado desde una perspectiva temática sin obviar el sentido cronológico de
los poemarios escritos por el poeta José Ruiz Rosas.
A lo largo de las páginas
observamos los intentos por recrear las experiencias, los acontecimientos más
simples y aquellas vicisitudes que repercuten en la subjetividad de cada
individuo; hallamos la metamorfosis del mundo moderno y cómo sus vestigios
ahondan la tragedia de la existencia al margen de la belleza, los cuales son
simbolizados con maestría para
reinsertarlos en el imaginario de todos nosotros como alegorías del fin
de una época. Encontramos poesía y muerte, dos dimensiones de la creación y, a
su vez, discursos antagónicos que hallan
una singular complementariedad en el lenguaje poético y, paradójicamente, la
inquietud por edificar una celebración de la vida desde la lógica de la poesía.
ELOGIO
DE LA POESÍA
En una entrevista que hice el año
2001, Ruiz Rosas decía que “Un mismo poema es diferente para los diferentes
lectores, depende del entusiasmo o pesimismo, los temas son los mismos. Los
temas míos no cambian mucho”, lo cual se conecta con la idea de Oswaldo Chanove
cuando indicó que los temas de don Pepe
“son los temas de la poesía”. Es cierto, desde la instalación de la muerte, de
lo imposible, de la cotidianidad en los espacios de la literatura, el discurso
poético no se ha detenido ni ha sucumbido al trastocar las fuentes de su propio
sistema.
Ruiz Rosas ha generado una poética
de alternativas concretas, asociado al movimiento de sus metáforas y a la
profundidad de sus reflexiones que socavan la contemporaneidad. Surgiendo,
inmediatamente, la paradoja de una existencia que registra cada suceso, cada
elemento. Quizá uno de los textos más conmovedores sea aquel que empieza así: Hay
un montón de cosas, / los semáforos, los hongos, / la mitad, los acuarios / el
adentro de los humildes corazones, / el eslabón, el horizonte, las grietas / y
todo aquello / heroicamente ubicado para siempre. / Repito, hay / un montón de
cosas que se nos clavan lentamente.
En el breve texto anterior, el
poeta configura al individuo moderno que está sometido a una condición de inmovilidad,
dentro de un espacio normalizado por la aceptación cabal de la realidad; sin
embargo, desliza la estrategia de subvertir todo mediante la mirada. La
subjetividad que se elabora busca contener el mundo y a su vez liberarlo de su
materialidad. Si bien la tesitura de sus imágenes lleva al lector por un
proceso de interpretación paralela pues conecta al hombre con su entorno
cultural, el lenguaje creado anuncia un registro donde significado y objeto no
eluden la representación de una atmósfera que armoniza y sujeta al “Yo poético” a la esfera de los sentidos.
Jorge Nájar señala que Ruiz Rosas
escribe “para proteger la vida”. Es cierto, existe una cotidianidad singular
que se edifica desde la poesía; es, obviamente, lo cotidiano de la vida que se
“resemantiza” o simboliza para otorgarle un revestimiento diferente y pueda la
vida ser menos incierta, menos sombría, con mayor sentido y más soportable.
ADIÓS DON PEPE
Luego de su incorporación a la Academia Peruana de la
Lengua en el 2008 y a la presentación de su “Obra Poética” (1949-2009) sus
apariciones en la ciudad de Arequipa fueron escasas. Volvió a Lima. Razones de
salud lo trajeron aquí y las mismas razones lo hicieron volver. La tierra que lo
cobijó, el lugar donde su poesía construyó una tradición aparte, y la calle
Villalba lo esperan. Hasta siempre.
Versión completa en diario El Pueblo 30-08-18 (Arequipa-Perú)
Créditos de imagen: Caricatura realizada por Luis Palao. Fuente: